
Se ha hablado mucho del oficio de escritor. Pero, ¿qué pasa con el traductor de obras literarias? Considerada como una profesión invisible, es antigua la reivindicación de muchos profesionales para que su nombre aparezca en la portada del libro. Esta invisibilidad del traductor es uno de los temas que desarrolla el ensayo “El fantasma en el libro”, obra del novelista y traductor literario Javier Calvo.
Es indudable que un traductor literario es mucho más que un mero traductor lingüístico. Los lectores exigentes lo saben. De hecho, de una buena traducción puede depender el éxito, e incluso la interpretación, de un texto literario. Sin embargo, este papel del traductor literario nunca ha sido especialmente reconocido y, como es lógico, menos aún en tiempos de dificultades para el sector editorial en los que parece anteponerse la cantidad (inversamente proporcional en la factura de honorarios, claro está) a la calidad de la traducción.
“El fantasma en el libro” es por ello un libro que debe considerarse como necesario. Por un lado, por lo reivindicativo, si bien su autor dice expresamente en la introducción que esa no era la razón (o al menos no la razón principal) para escribirlo, supongo que esa reivindicación es inevitable, de algún modo subyace entre las páginas. Por otro lado, es un tema, el de la traducción literaria, que quizá no está suficientemente tratado, o al menos no de una forma accesible y adaptada para el lector medio.
El libro se estructura externamente en dos partes. Una primera parte denominada Ayer, constituye un resumen de la historia de traducción literaria. La segunda parte, Hoy y mañana, recoge numerosos temas que van desde el fenómeno de la fantraducción, hasta la traducción creativa o la censura.
Aunque se tratan numerosos aspectos de la traducción literaria (historias de escritores que también fueron traductores, conversaciones con editores, el tema de las variantes dialectales, curiosidades y anécdotas del autor), “El fantasma en el libro” no deja de ser un ensayo, no muy extenso, sobre el “oficio del traductor”. Personalmente, he echado en falta más desarrollo de la segunda y última parte, de manera que el libro estuviera más orientado al público en general, a un lector común interesado en la traducción más que a un traductor o un estudiante de traducción. En mi opinión se queda a medio camino. Digamos que hubiese preferido un libro teórico sí, pero más en la línea de otros libros referidos al oficio del escritor, que un ensayo propiamente dicho (si bien esto no es que sea una crítica del libro, sino solo una opinión personal).
De la lectura de este libro, estoy segura de que gran parte de los lectores comenzarán a valorar mucho más esta profesión y, al mismo tiempo, a ser exigentes también a la hora de escoger una traducción u otra, opción que suele estar disponible en el caso de libros de autores clásicos. Recuerdo que una de las ocasiones en las que tuve que prestar una atención especial a la hora de escoger una traducción fue antes de comprar Lolita, la célebre novela de Nabokov. A simple vista, es posible ver cómo se han producido extrañas desapariciones de unas cuantas líneas en determinados fragmentos.
Más tarde, cursando un Master de Narrativa, conocí al que fue mi profesor de literatura clásica, el escritor y reconocido traductor de griego, Ramón Irigoyen, del que aprendí a ser exigente no solo a la hora de escoger los libros que leía, sino también a prestar atención a quién lo traducía. Aún me acuerdo de las risas que compartí con mis compañeros del Master escuchando a Ramón leer sus traducciones de los versos de Catulo.
Lo cierto es que en esto de la literatura en lengua extranjera, el escritor se lleva toda la fama, por eso el traductor parece que no está, permanece oculto. Sin embargo, siguiendo con la metáfora del libro de Javier Calvo, los fantasmas no se ven, pero se sienten. Y los traductores están ahí, como en los castillos encantados, detrás del crujido de las puertas de las editoriales, reivindicando su lugar, buscando su silla detrás del escritor, o quizás a un lado. No gritan, pero hacen ruido al arrastrar por el suelo sus cadenas.
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