Los aficionados a la escritura creativa pueden aprender mucho de los escritores consagrados, pero no solo de la lectura y análisis de sus novelas o relatos, también de sus vivencias, de sus diarios y de sus reflexiones, de sus propia experiencia como escritor.
Uno de los escritores que nos ha dejado algunas reflexiones sobre el oficio de escritor fue Eduardo Galeano, escritor y periodista uruguayo, cuyo nombre completo era Eduardo Germán María Hughes Galeano.
El autor de la trilogía Memoria del fuego y de Las venas abiertas de América Latina, incluye en su libro En Días y noches de amor y de guerra algunos pasajes sobre su propia experiencia literaria. En el fragmento siguiente, por ejemplo, expresa esa frustración que en ocasiones invade a los escritores por no lograr expresar lo que uno lleva dentro:
Varias veces intenté escribir. Yo intuía que ésa podía ser una manera de sacarme de adentro a la mala bestia que me había crecido. Escribía una palabra, una frase a veces, y en seguida la tachaba. Al cabo de algunas semanas o meses la hoja estaba toda lastimada, quieta en su sitio sobre la mesa, y no decía nada.
¿Os sentís identificados? Sí, verdad. En otro fragmento del mismo libro Galeano nos cuenta cómo decidió, o descubrió, que quería dedicarse a la literatura, a contar historias:
Pensé que conocía unas cuantas historias buenas para contar a los demás, y descubrí, o confirmé, que escribir era lo mío. Muchas veces había llegado a convencerme de que ese oficio solitario no valía la pena si uno lo comparaba, pongamos por caso, con la militancia o la aventura. Había escrito y publicado mucho, pero me habían faltado huevos para llegar al fondo de mí y abrirme del todo y darme. Escribir era peligroso, como hacer el amor cuando se lo hace como debe ser.
Aquella noche me di cuenta de que yo era un cazador de palabras. Para eso había nacido. Ésa iba a ser mi manera de estar con los demás después de muerto y así no se iban a morir del todo las personas y las cosas que yo había querido.
Para escribir tenía que mojarme la oreja. Yo sabía. Desafiarme, provocarme, decirme: “No podes, a que no”. Y también sabía que para que nacieran las palabras yo tenía que errar los ojos y pensar intensamente en una mujer.
Pero entre todos sus escritos, me gustaría destacar sobre todo el artículo titulado, “Sobre el arte de un escritor”, en el que nos habla del oficio de escritor, de la función de la literatura y la influencia que ejerció sobre él el escritor Juan Carlos Onetti. Puedes leerlo a continuación:
El mío ha sido un largo camino hacia el desnudamiento de la palabra: desde las primeras tentativas de escribir, cuando era jovencito en una prosa abigarrada, llena de palabras que hoy me dan vergüenza, hasta llegar a un lenguaje que yo quisiera que fuera cada vez más claro, sencillo, y por lo tanto más complejo, porque la sencillez es la hija de una complejidad de creación que no se nota ni tiene que notarse.
Uno siente primero que el trabajo intelectual consiste en hacer complejo lo simple, y después uno descubre que el trabajo intelectual consiste en hacer simple lo complejo. Y un caso de simplificación no es una tarea de embobamiento, no se trata de simplificar para rebajar de nivel intelectual, ni para negar la complejidad de la vida y de la literatura como expresión de la vida. Por el contrario, se trata de lograr un lenguaje que sea capaz de transmitir electricidad de vida suprimiendo todo lo que no sea digno de existencia.
Para mí siempre ha sido fundamental la lección del maestro Juan Carlos Onetti, un gran escritor uruguayo muerto hace poco, que me guió los primeros pasos. Siempre me decía: “Vos acordate aquello que decían los chinos (yo creo que los chinos no decían eso, pero el viejo se lo había inventado para darle prestigio a lo que decía); las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio”. Entonces cuando escribo me voy preguntando: ¿estas palabras son mejores que el silencio?, ¿merecen existir realmente?
Hago una versión, dos o tres, quince, veinte versiones, cada vez más cortas, más apretadas: edición corregida y disminuida.
Inflación palabraria
El problema de la inflación monetaria en América Latina es muy grave, pero la inflación palabraria es tan grave como la monetaria o peor; hay un exceso de circulante atroz. Algunos países han tenido éxito en la lucha contra la inflación monetaria pero la inflación palabraria sigue ahí, tan campante. Lo que me gustaría, modestamente, es ayudar un poquito a esa lucha contra la inflación palabraria. O sea, poder ir desnudando el lenguaje. Es el resultado de un gran esfuerzo, y no concluido, porque nace cada vez: a mí me cuesta escribir ahora tanto como cuando tenía 15 ó 16 años y lloraba ante la hoja de papel en blanco porque no podía.
¿Función social?
La literatura tiene siempre una función, aunque no sepa que la tiene, y aunque no quiera tenerla. A mí me hacen gracia los escritores que dicen que la literatura no tiene ninguna función social. A partir del momento que alguien escribe y publica está realizando una función social, porque se publica para otros. Si no, es bastante simple: yo escribo en un sobre y lo mando a mi propia casa, pongo “Cartas de amor a mí mismo” y me emociono al recibirlas. Pero es un círculo masturbatorio (no quiero hablar mal de la masturbación, tiene sus ventajas, pero el amor es mejor porque se conoce gente, como decía el viejo chiste).
Es imposible imaginar una literatura que no cumpla una función social. A veces la cumple, y es jodido, en un sentido adormecedor, a veces es una literatura del fatalismo, de la resignación, que te invita a aceptar la realidad en lugar de cambiarla, pero a veces es una literatura reveladora, reveladora de las mil y una caras escondidas de una realidad que es siempre más deslumbrante de lo que uno suponía. Por otro lado me parece que lo de la literatura social es una redundancia porque toda literatura es social. Muchas veces una buena novela de amor es más reveladora y ayuda más a la gente a saber quién es, de dónde viene y a dónde puede llegar, que una mala novela de huelgas. No comparto el criterio de una literatura política que además, en general, es aburridísima.
¿Y tú? ¿Piensas que la literatura tiene una función social?
Muy buen aporte. Gracias por tu generosidad en seleccionarlo. Comparto el criterio de Eduardo Galeano. Y vaya que su literatura cumple una enorme función social.
Muy sabio y comprensible este articulo. De hecho, en mi experiencia como lectora, he encontrado en razones para escribir. En la vida diaria, razones para pensar, razonar, y … escribir. Y cuando escribo, es para mejorar a quienes me lean. El deseo de trascender con ideas que mejoren el entorno, debería ser parte de nuestro sentir como escritores.
El profesor Galeano es un gran faro que ilumina con su experiencia nuestro camino, en la búsqueda de nuevos horizontes para que la tinta tenga razón al ser vertida en el papel, a través de las palabras,
La literatura es siempre social, ¡porque toda literatura construye cultura!