
La creación de los protagonistas de novela es una de las tareas más importantes a las que se enfrenta un novelista. En el cuento, las acciones dominan sobre los personajes. En ocasiones estos se dibujan solo por lo que hacen o dicen.
Podemos encontrar relatos donde la apariencia de los personajes se incluye de manera extensa, pero lo habitual es que no sea así. Como mucho algunos rasgos de carácter o personalidad son suficientes para contar la historia. Con los protagonistas de novela, eso no basta. Necesitamos conocer a nuestros protagonistas casi casi como a nosotros mismos.
Norman Mailer en su ensayo Un arte espectral, Reflexiones sobre la escritura, aconseja conectar con nuestro inconsciente. Sin embargo, esa conexión con el inconsciente de la que nos habla Mailer no siempre es posible. Este puede sentir que está siendo forzado, violado. Saber reconocer en qué momentos debemos continuar o abandonar la escritura, puede ayudarnos a evitar bloqueos.
En el curso de darle forma un personaje, a medida que buscas en su existencia, invariablemente llega un punto en que reconoces que no sabes lo suficiente sobre la persona que estás tratando de crear. En esos momentos, doy por sentado que mi inconsciente sabe más que yo. Mientras vamos a través de la vida, después de todo, observamos a todos, deliberadamente o sin darnos cuenta. Tal vez, con el rabillo del ojo, captas en un restaurante a alguien que representa una inspiración o amenaza o posibilidad particular, potencialmente un amigo o enemigo… y el inconsciente se pone a trabajar en eso. Necesita muy pocos datos para armar un retrato comprensible porque es de suponerse que ya ha hecho la mayor parte de ese esfuerzo. Para emplear una analogía desdichada, es como si el inconsciente fuera un potente ordenador que a menudo no necesita muchos datos nuevos para darle forma a un retrato, considerando cuánto material ya ha sido almacenado.
Por otro lado, el inconsciente puede sentirse con frecuencia violado por lo que pedimos, por lo que, en realidad, logramos extraer de él. Tal vez una buena parte del material que está suministrando ahora estaba archivado originariamente para sus propios propósitos. Supongan que el inconsciente tiene una raíz en el más allá que nuestra mente consciente no posee. Si es así, tendrá nociones más profundas que nosotros sobre la muerte. Atrevámonos, entonces, a conjeturar que el inconsciente convive en términos estrechos, incluso familiares, con esa presencia elusiva en la mente consciente: nuestra alma. Si tal es el caso, el inconsciente puede sentirse explotado por la presión del novelista de extraer tanto de su producto a partir de sus recursos.
Supongan que la relación del inconsciente con el consciente es análoga a la de un esclavo griego cultivado al servicio de un amo romano abrumador. Si usamos esta idea como premisa de trabajo, podemos suponer que nuestro subconsciente está lleno de los tipos más tramposos de resistencia. Todo lo que el escritor recibe es una sensación de resentimiento opaco, tenso. Tal vez el inconsciente no está dispuesto a sondear el material requerido. La forma aguda de esto es el bloqueo de escritor. Pero, en ese sentido, hay un toque de bloqueo de escritor en casi cada día de trabajo. Forma parte de la experiencia de escribir. A cierta vamos bien por una página o dos, tal vez incluso tantas como cuatro o cinco. En los días felices, uno está escribiendo como si estuviera todo allí, un don. Ni siquiera pareces tener mucho que hacer con eso. Solo estás a mano para trascribir lo que va apareciendo. Entonces llega el momento en que nuestra ambición nos ordena seguir adelante: “Tres páginas desde el final del capítulo. No puedes detenerte ahora, no con esta racha maravillosa”. En este punto, muy a menudo, las frases empiezan a ser forzadas, y sientes: “No, tenemos que dejarlo por ahora —maldición, maldición—, ahora la mañana de mañana estará perdida, pero, no, no trates de terminarlo ahora, vas a arruinarlo”. Eso es lo que aprendes con el tiempo.
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