
Ya dediqué otra entrada del blog al reto de enfrentarse a un corrección estructural de un cuento o relato. Os aconsejo que leáis Cómo crear un cuento, la revisión estructural.
En esta entrada quiero ayudaros a dar un pasito más y a entender lo importante qué es la estructura narrativa de un relato y cómo construirla adecuadamente.
Para ello quiero recomendaros la lectura del ensayo “Introducción al análisis estructural de los relatos”, de Roland Barthes. Sé que quizá para algunos de vosotros, si aún no estáis familiarizados con muchos términos de teoría literaria, quizá os resulte algo confuso, pero es un ensayo imprescindible y que os ayudará a mejorar vuestros textos. En cualquier caso, tomad nota de la recomendación para leerlo en algún momento. Para ver si os animo a leerlo os incluyo aquí un fragmento:
Todo, en un relato, ¿es funcional? Todo, hasta el menor detalle, ¿tiene un sentido? ¿Puede el relato ser íntegramente dividido en unidades funcionales? Como veremos inmediatamente, hay sin duda muchos tipos de funciones, pues hay muchos tipos de correlaciones, lo que no significa que un relato deje jamás de estar compuesto de funciones: todo, en diverso grado, significa algo en él. Esto no es una cuestión de arte (por parte del narrador), es una cuestión de estructura: en el orden del discurso, todo lo que está anotado es por definición notable: aún cuando un detalle pareciera irreductiblemente insignificante, rebelde a toda función, no dejaría de tener al menos, en última instancia, el sentido mismo del absurdo o de lo inútil: todo tiene un sentido o nada lo tiene. Se podría decir, en otras palabras, que el arte no conoce el ruido (en el sentido informativo del término): es un sistema puro, no hay, jamás hubo, en él unidad perdida, por largo o débil o tenue que sea el hilo que la une a uno de los niveles de la historia.
La función es, evidentemente, desde el punto de vista lingüístico, una unidad de contenido: es «lo que quiere decir» un enunciado lo que lo constituye en unidad formal y no la forma en que está dicho. Este significado constitutivo puede tener significantes diferentes, a menudo muy retorcido: si se me enuncia (en Goldfinger) que James Bond vio un hombre de unos cincuenta años, etcétera, la información encierra a la vez dos funciones de presión desigual: por una parte la edad del personaje se integra en un cierto retrato (cuya «utilidad» para el resto de la historia no es nula pero si difusa, retardada) y por otra parte el significado inmediato del enunciado es que Bond no conoce a su futuro interlocutor: la unidad implica, pues, una correlación muy fuerte (comienzo de una amenaza y obligación de identificar). Para determinar las primeras unidades narrativas, es pues necesario no perder jamás de vista el carácter funcional de los segmentos que se examinan y admitir de antemano que no coincidirán fatalmente con las formas que reconocemos tradicionalmente en las diferentes partes del discurso narrativo (acciones, escenas, parágrafos, diálogos, monólogos interiores, etcétera), y aún menos con clases «psicológicas» (conductas, sentimientos, intenciones, motivaciones, racionalizaciones de los personajes).
Del mismo modo, puesto que la «lengua» del relato no es la lengua del lenguaje articulado —aunque muy a menudo es soportada por ésta—, las unidades narrativas serán sustancialmente independientes de las unidades lingüísticas: podrán por cierto coincidir, pero ocasionalmente, no sistemáticamente; las funciones serán representadas ya por unidades superiores a la frase (grupos de frases de diversas magnitudes hasta la obra en su totalidad), ya inferiores (el sintagma, la palabra e incluso en la palabra solamente ciertos elementos literarios); cuando se nos dice que estando de guardia en su oficina del Servicio Secreto y habiendo sonado el teléfono, Bond levantó uno de los cuatro auriculares, el monema cuatro constituye por sí solo una unidad funcional, pues remite a un concepto necesario al conjunto de
la historia (el de una alta técnica burocrática); de hecho efectivamente, la unidad narrativa no es aquí la unidad lingüística (la palabra), sino sólo su valor connotado (lingüísticamente, la palabra cuatro no quiere decir en absoluto cuatro); esto explica que algunas unidades funcionales puedan ser inferiores a la frase, sin dejar de pertenecer al discurso: en ese caso ellas desbordan, no a la frase, respecto de la que siguen siendo materialmente inferiores, sino al nivel de denotación, que pertenece, como la frase, a la lingüística propiamente dicha.

La mejor manera para aprender a escribir relatos es leyendo relatos. Nuestra directora, Bego Torregrosa, ha publicado recientemente el libro de relatos Mensaje en un jersey de rayas. Te recomendamos su lectura.
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