
Mario Vargas Llosa es sin duda un trabajador incansable, pero desde que ganó el Premio Nobel diría que se ha vuelto aún mucho más prolífico. Y los premios se le acumulan.
En una de sus entrevistas decía: “Yo sin rutina, no soy nadie”. Es de sobra conocida su rutina para escribir: levantarse a las 7:15, caminar 30 minutos, desayunar y leer los periódicos, y sentarse a escribir a las 8:30 durante al menos dos horas de forma continuada, y descansar luego un poco para dar otro paseo. Si tienes curiosidad por conocer sus rutinas como escritor puedes leer esta entrevista de Mario Vargas Llosa realizada por Ángel Esteban y Raúl Cremades en el año 2001 en el blog de Flores Granda.
Ya nos tiene acostumbrados a sus análisis literarios sobre el arte de la novela, a sus discursos, y a sus libros de teoría literaria (La verdad de las mentiras, Cartas a un joven novelista, El viaje de la ficción). Por si nos faltaba algo en Conversaciones en Princeton, ensayo publicado bajo el sello de Alfaguara, podemos asistir, en diferido, a una clase magistral. Con él asistiremos, desde el sofá de nuestra casa, a las conversaciones que el escritor peruano mantuvo con Rubén Gallo, durante un semestre, ante alumnos de la Universidad de Princeton. Ambos conversaron con los alumnos sobre teoría de la novela, y sobre la relación del periodismo y la política con la literatura, a través de cinco obras del autor: Conversación en La Catedral, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El pez en el agua y La Fiesta del Chivo
A continuación puedes leer un fragmento de cómo escribió Conversaciones en la catedral, cuyos manuscritos pueden encontrarse en los archivos de la Universidad de Princeton.
Yo escribí episodios sueltos primero, hasta que encontré esa estructura, con una conversación central y otras conversaciones que van entrando y saliendo, como llamadas, por alusiones, por la presencia de los mismos personajes. Y entonces fui escribiéndola así, de una manera muy caótica al principio, porque a mí mismo se me perdían muchas veces los enlaces, hasta que poco a poco, a base de un enorme trabajo de reescritura constante, fui definiéndolo y puliéndolo todo, como se ve en los manuscritos que están en los archivos de Princeton.
Los críticos me han preguntado: «¿Tú escribiste primero una historia cronológica y después la cortaste y la mezclaste?». No, en absoluto. Fui escribiendo la historia de esa manera desestructurada, desde el punto de vista cronológico, y luego fui evitando los saltos demasiado bruscos que podían hacer que se perdiera la continuidad o la atención del lector. Esa técnica busca mantener el suspenso, descolocando al lector para interesarlo más en lo que está ocurriendo, en lo que va a ocurrir o en lo que ha ocurrido ya. Los hechos que narra la historia son realistas —algunos muy truculentos, otros muy violentos—, porque no hay nada que no ocurra en la realidad. Se le puede llamar una obra realista, pero solamente en su trama y en sus personajes, y no en su estructura, en su construcción.

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