
Es habitual hablar de las corrientes literarias del cuento. Por un lado, tenemos el cuento clásico. Ese que sigue los cánones de la teoría literaria, que mantiene la estructura clásica (planteamiento, nudo y desenlace) y conserva sus características básicas (brevedad, unidad e intensidad). Por otro lado, tenemos el cuento contemporáneo que trata de romper con las normas establecidas, haciendo saltar por los aires la estructura o experimentando con el lenguaje.
Sin embargo, menos se ha hablado de las corrientes literarias del cuento. De la precisión técnica de los cuentos rusos de Chéjov, frente al gusto por la divagación de los cuentos latinoamericanos o la exploración en el interior del personaje en los cuentos norteamericanos. En Así se escribe un cuento, de Mempo Giardinelli, se incluye un conversación con el escritor chileno Antonio Skármeta en torno a las corrientes literarias del cuento, o actitudes estilísticas, del cuento.
Giardinelli: En general, ¿qué significa el género cuento para ti, para tu escritura? Y en particular, ¿qué representa en tu producción?
Skarmeta: Yo empecé leyendo mucho cuento, pero no de hadas, ni de aventura, ni policial, sino que me interesaron los que podríamos decir que ya eran literatura de peso. Fui ávido lector de cuentos durante el Liceo (secundaria). A mí me gustaba mucho el cuento que se publicaba en revistas. Me iba a la biblioteca del Instituto Norteamericano y me leía revistas como Esquire, New Yorker, etc. Y seguí las colecciones que se publicaban de los mejores del año: el Premio O. Henry. Claro, yo leía bien en inglés. Poco a poco me di cuenta de que los cuentos representaban una realidad humana vista de un modo que a mí me interesaba. Y bueno, de las revistas salté a los libros de cuentos. Y ahí descubrí los cuentos rusos, en los cuales lo que más me impresionaba era la humanidad de los personajes. Andreyev, Gogol, Chéjov, eran mis favoritos. Y de los norteamericanos, lo que más me gustaban eran Saroyan, Hemingway, Faulkner, Norman Mailer, Brett Harte, O. Henry, Stephen Crane, todos los cuentos de Salinger. Ah, y Ring Lardner, a quien aún hoy considero un super maestro. Y de las mujeres, la que más me interesó fue Dorothy Parker, quien creo que fue pareja de Landner. También leí a Jean Stafford, a quien solo ahora se está redescubriendo. En fin, yo leí mucho cuento antes de leer una novela. Y mi base fueron los cuentos rusos y los norteamericanos. Ese fue el primer concepto que tuve.
—¿Qué significaba ese primer concepto? ¿Podrías definirlo?
—Bueno, en mi primera relación con el cuento, lo que yo sentía era muy impactante: un momento intenso de humanidad. Eso me proponían los cuentos que me gustaban. No me fijaba en la técnica, ni mucho menos en la anécdota. Lo que me interesaba era esa vibración intensa que me daba la humanidad de los cuentos rusos y norteamericanos. Después, como no me interesaba el género, empecé a leer para atrás: los clásicos, los franceses: Camus, por ejemplo, El exilio y el reino, y fue entonces que noté que el cuento se complicaba. Ya no era la representación directa de un momento de humanidad, sino que al mismo tiempo se incluía una reflexión. Eran cuentos más ensayísticos, menos dirigidos al impacto inmediato. Tenía una aspiración a una mayor trascendencia. Y esto lo noté en general en el cuento europeo contemporáneo. De modo que mi formación fue el cuento espontáneo, directo, comunicativo, exasperante: el norteamericano, el ruso. Después el cuento europeo, que es más complejo. Solo entonces empecé a leer cuentos latinoamericanos.
—Un tipo de fantasía y de imaginación muy ensayística. El cuento latinoamericano siempre me pareció como desbordando los géneros. Yo tenía una noción de género más rígido, en sentido positivo. Más estricto, más seguro de su destino, como en la narrativa norteamericana. El cuento latinoamericano, en cambio, me impresionaba como más inquietante. Más artesanal, también más labrado y con una clara tendencia a la irrealidad, cosa que no encontraba en los demás. Y creo que esto signó, y sigue signando, la cuentística latinoamericana del siglo veinte. Por eso el cuento latinoamericano, a mí me parece un cuento divagatorio. No tengo nada en contra de esa deliciosa divagación, quede claro, porque el camino del cuento, de la literatura, no es un match donde se debe ser efectivo, eficaz. Si un narrador siente la necesidad de demorarse amorosamente con las cosas, y para llegar adonde quiere debe rodearla, ampliarla, o estrangularla, allá él. Yo no siento directos ni a Quiroga, ni a Borges, ni a Cortázar. Ni a Rulfo, siquiera, y tampoco a García Márquez. A mí sus cuentos me parecen desprendidos de un sistema narrativo total. Son ramas de un gran árbol que tú vislumbras. De alguna manera, a sus cuentos los encuentro dependiendo, o relacionados, o entramados, con un sistema narrativo. No les encuentro autonomía, la inmediatez, ni tal vez la fugacidad que tiene el cuento norteamericano. Por ejemplo, el peso del lenguaje, en el cuento latinoamericano, es enorme. Es casi imposible avanzar en ellos sin que el lenguaje llame la atención sobre sí mismo. “Aquí estoy”, dice el lenguaje. Pero conste que no estoy haciendo crítica, ni hago adjetivaciones. Solo describo una literatura que me parece fascinante; separo dos concepciones narrativas. Es una cuestión de temperamento: mostrar la materia narrada o mostrar el dedo que muestra.
—¿Sería mejor, entonces, hablar de dos actitudes estilísticas?
—Claro, y los cuentos rusos y norteamericanos, que los junto, y el latinoamericano, también pueden distinguirse por otra cuestión externa al cuento. Que no llamaría de mercado sino de hábito. Y es que aquellos han tenido una gran vida de revistas, en algún momento de su vida. Y esto no es despreciativo, pues fueron y son revistas de un gran nivel intelectual. Lo que digo es que el lector de revistas crea otros hábitos, otros gustos, y esto tampoco quiere decir que sea superficial o frívolo, ¿eh? Indica solo que hay una diferente plasticidad en el lenguaje. Yo diría que hay un tipo de relato que busca hacerse lo más trasparente posible, ser un gran conductor de la anécdota, sin comentarla, como me parece la tradición norteamericana, o la rusa; y existe el cuento que yo llamaría artístico, que es casi filosófico, de representación del mundo y vinculado a un sistema, a la totalidad narrativa de cada autor autónomo. Que sea un gajo de literatura.

Sencillamente maravillosa explicación para comprender ese entramado de la literatura. Saludo.
Los latinos somos herederos del divague, de aquellos que se aventuraron a migrar y que se integraron a otro mundo y a sus seres originarios. De tanta deriva genética, repleta de aventuras, dramas y sueños resulta nuestra literatura, como un entramado de ramajes y hojarascas que se contemplan a si mismos desde la inmensidad del universo.
Todas las corrientes literarias me son afines, no enfatizo en ninguna en especial. Pues, todas las actitudes estilísticas del cuento subliman mis sentidos.
¿No enfatizas en ninguna en especial? ¿O no empatizas con ninguna en especial?